Criminalidad compleja y desarrollo

Roldán
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Por: Pablo de San Román(*)

El drama del narcotráfico, la violencia y el crimen organizado no es una causa. No es la causa por la que, por ejemplo en Rosario, cientos de personas pierdan la vida entregadas al delito, a la extorsión y a un perverso sistema de ajuste de cuentas (en esta ciudad, el 50,9% de los homicidios son con mandato previo y el 75,3% revela que existió una planificación). El crimen organizado es producto de la degradación de nuestros recursos como comunidad; de nuestra capacidad de crear un entorno material lo suficientemente sólido como para que los jóvenes y adultos excluidos del sistema económico (el 15% de la población en Rosario), puedan integrarse, trabajar y reconocerse en su propio medio.

La criminalidad compleja puede entenderse como la interrupción de un proceso fundamental para cualquier comunidad: el ciclo de formación, acceso y realización productiva de las personas en su propio entorno. Cuando una sociedad se muestra incapaz de crear estas condiciones, se disgrega. Resigna el acceso valorativo de sus miembros a sus círculos inmediatos. Impide reconocer un motivo (sustancial) por el que podamos defender nuestros intereses, encontrar un valor y hacer que estos valores sean respetados. Esto nos constituye como comunidad.

Hace tiempo que la teoría resolvió la cuestión del “estar en el mundo”. Hace tiempo que decidió que las sociedades tienen un rasgo intrínseco a su permanencia, y que ese rasgo es el progreso. El progreso entendido como la multiplicación de las posibilidades productivas, la reproducción de las condiciones materiales y la integración sociológica de las personas a esas oportunidades. El crimen organizado encuentra arraigo allí donde esas oportunidades no están. Donde aun queriendo, las personas no encuentran la forma de conseguir un valor, de autorreferenciarse, y de verse aceptadas por sus pares.

Esta declinación (de un sentido histórico de la propia vida) es el drama de la pobreza estructural. Un clima en el que miles de personas, jóvenes y adultos, no reúnen las aptitudes básicas para integrarse al tejido productivo. Personas que, aun queriendo, no pueden franquear el acceso a los estímulos fundamentales para crecer. Progresar, en este sentido, no es sólo obtener riquezas, sino emplear esas riquezas para concebir un modo de vida. Encontrar una razón significante frente al mundo que nos rodea.

Para eso, preparar a los jóvenes –facilitar los estímulos intelectuales, emocionales y cognitivos– constituye una lucha fundamental. Una lucha que, si no se emprende, allana el camino a la degradación estructural ocasionada por el delito (de acuerdo con los observatorios sociales, en la Argentina la pobreza alcanza al 60% de los niños y adolescentes de hasta 17 años). Lo que nos convoca no es sólo una discusión sobre la eficacia del Estado. No es solo la coordinación necesaria entre las fuerzas de seguridad, la inteligencia y el sistema de justicia. Es, además, la recuperación estratégica del Estado en función del desarrollo. De creación de condiciones sistémicas de crecimiento e integración.

El medio público no puede percibirse como una amenaza. No puede constituirse en un espacio donde, en lugar de encontrar solidaridad y certezas, encontramos zozobra, desconfianza y desesperación. Cuando esto ocurre, cuando el mundo exterior se convierte en algo incierto, no sólo nos pone en alerta frente al daño, sino que lastima las convicciones culturales necesarias para reconocernos como comunidad. Inhibe nuestro sentido de pertenencia y degrada nuestra razón colectiva.
Mientras sigamos observando el problema del crimen como una causa, no veremos que su manifestación es, además de un proceso lacerante, un espejo implacable ante el cual mirar nuestra propia condición de desarrollo.

(*) Doctor en Ciencia Política. Director del Centro de Estudios de Gobierno de la Universidad Católica Argentina, Campus del Rosario

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